Escrito por Sergio Hugo Salas Rodríguez
- Introducción.
El ex convento del que aquí se hablará, es una construcción que data de finales del siglo XVI y que se encuentra en el centro histórico de la Ciudad de México, a tan sólo una cuadra de la estación de metro Isabel la Católica y a tres cuadras de la estación Pino Suárez. Su perímetro está delimitado al sur, por la calle José María Izazaga; al este, por la calle 5 de febrero; al norte, por la calle San Jerónimo y al oeste, por la calle Isabel la Católica.
Como el título lo indica, a este recinto se le conocen tres nombres, pues a lo largo de la historia se ha creado una gran confusión respecto a su verdadera denominación. Es por eso que para referirnos con mayor exactitud a la historia del lugar, primero se aclarará el desconcierto.
El nombre original de este lugar, es Convento de San Lorenzo. Este lugar fue fundado y habitado por las religiosas de la orden de los jerónimos. Ahora bien, al siglo siguiente de su fundación, una talentosa estudiante llamada Juana Inés de la Cruz se enclaustró en este lugar, y ahí escribió varias obras que le dieron renombre. Así, al pasar de los siglos, y por la fama que la escritora y poetisa adquirió, la gente se refirió a este lugar como el Claustro de Sor Juana, lugar en el que actualmente se encuentra una universidad privada.
Dejando esto en claro, sólo sobra recalcar que la mejor manera hacer mención de este lugar, es llamándolo Ex Convento de San Lorenzo, pues ese es el nombre dado por sus fundadores.
- Marina de Zaldívar y Mendoza: Fundadora del convento.
La familia Mendoza llegó junto con Hernán Cortés a la conquista militar de las tierras recién descubiertas. La señorita María de Mendoza se casó con el conquistador Luis Marín; y de ese matrimonio surgieron siete hijos, de los cuales, la hija menor, Marina de Mendoza, se casó con Juan de Zaldívar en 1552. De esta unión, se procreó a Marina de Zaldívar y Mendoza, quien fue la fundadora del ex convento de San Lorenzo.
Ella, realizó su noviciado en el convento de Santa Paula con el nombre de Sor Marina de Jesús. Durante este, ella fue encargada de fundar el Convento de San Lorenzo para mujeres:
En la ciudad de México de la Nueva España en veinte y nueve días del mes de octubre de mil y quinientos y noventa y años.
Libro de la fundación de este monasterio y convento de San Lorenzo de la orden de San Jerónimo que doña Marina de Mendoza, monja en él fundó en esta ciudad de México de la Nueva España en que están insertas las escrituras originales de la dicha fundación. Inventario de las escrituras que se entregaron a María de San Pablo, priora primera del dicho convento en que así mismo está inventariado la renta de él con que se fundó. (…) que por cuanto doña Marina de Mendoza a pretendido y pretende fundar en esta ciudad, un monasterio de monjas de la Orden y Regla de San Jerónimo del nombre y advocación de San Lorenzo para lo cual tiene pedida licencia al doctor don Juan de Cervantes gobernador de este arzobispado y pretende que de este dicho convento de Santa Paula se le den cuatro monjas profesas para que vayan a poblar y fundar el dicho nuevo monasterio (…)[1]
Sin embargo, queda la interrogante ¿de dónde se obtuvieron fondos para erigir el convento de San Lorenzo? Es en este punto, en el que hay que mencionar a la hermana mayor de Marina, Doña María de Zaldívar y Mendoza, quien contrajo matrimonio con el capitán Baltasar Tremiño y Bañuelos, conquistador y fundador de Zacatecas, una de las ciudades mineras más importantes durante la época colonial.
(…) los Mendoza emparentaron con las familias zacatecanas más importantes del siglo XVI. Los Zaldívar, familia de abolengo y con suficientes recursos para fundar conventos provenientes de la riqueza de los minerales que explotaron en el norte novohispano, apoyaron la fundación del instituto religioso promovido por Marina de Mendoza, conscientes de la necesidad de asegurar el futuro de las mujeres de la familia y conocedores de la prohibición que existía de establecer monacatos en ciudades mineras, debido a lo riesgoso que representaba un convento de monjas en una ciudad cuya población era mayoritariamente masculina, sin olvidar las oleadas de indios que asolaban dichas regiones, por lo cual no dudaron en hacer este tipo de fundaciones en la capital del virreinato.[2]
Ya se imaginará, querido lector, que muchos de los fondos obtenidos de la minería fueron a parar a la fundación y posterior mantenimiento del recinto religioso.
- El ex convento de San Lorenzo.
Como quedó establecido en las líneas anteriores, desde un primer momento se decidió que el convento quedara bajo la regla jerónima, debido a que su fundadora y las monjas que la acompañaron a la apertura de este, provenían del convento de Santa Paula, también de advocación jerónima.
Como muchos conventos de aquella época, el ingreso y mantenimiento de las monjas en éste, demandaba altos costos; por tal motivo, las únicas familias que podían costear la estancia de las religiosas en el recinto eran las españolas y criollas.
No obstante, a pesar de las fuertes cantidades de dinero con el que el recinto contaba, este no estuvo exento de varias infortunas: En 1629, la ciudad sufrió una inundación. “El convento quedó dañado por las aguas que difícilmente fueron evaporándose al paso del tiempo.”[3] También fue víctima de los temblores, que causaron varias cuarteaduras a lo largo de la estructura. A pesar de esto, queda la pregunta: ¿Cómo era la vida diaria?
3.1) La vida en el convento.
Los requisitos para ser aceptada en el convento de San Lorenzo eran: tener entre 16 y 30 años de edad, tener suficiente dinero para pagar el dote[4], que era de 3000 pesos. Aunque no existía una regla explícita que excluyera a mestizos, mulatos, indígenas o negros, la excesiva cantidad de dote hacía que ninguna de las mencionadas castas pudiera tener acceso al convento.
De igual manera, había una jerarquización de labores que regulaba las elecciones de oficios y que de manera descendente consta de:
- La priora: Encargada de celebrar la misa solemne, caracterizada por una excelente conducta, quien debía ser mayor de 40 años.
- La vicaria: Era la mano derecha de la priora, quien debía tener aptitudes de organización para aconsejar a la priora. Cada semana debía dar las obligaciones correspondientes a cada una de las religiosas. En ocasiones, llevaba a cabo el oficio de contadora cuando tenía conocimientos de aritmética.
- Las definidoras: Eran consejeras de la priora de rango menor.
- Las celadoras: Vigilaban las habitaciones de las religiosas para que a partir de las 9 de la noche y hasta las 5 de la mañana del día siguiente, no se violase la paz conventual.
- Las porteras: Ocupado por las monjas más ancianas y virtuosas. “Debían ser de maduro juicio, prudencia y experiencia en las cosas de su oficio que era abrir y cerrar la puerta reglar por donde entraban las provisiones al convento.”[5]
- Las torneras: Había tres torneras, que eran encargadas de viligar las visitas de las monjas, recibir recaudos, cartas y billetes. Después de leer las cartas, daban su aprobación para que se les diese a las remitentes.
- Las sacristanas: Daban al sacristán los objetos para el culto ciudadano de que regresaran a tiempo y en buenas condiciones. En especial, los ornamentos.
- Las vicarias de coro: Vigilaban que las novicias asistieran al coro, rezo y canto. Estudiaban y ejercían los cánticos correspondientes a la misa.
- Las maestras de novicias: Debía ser una monja de las más antiguas, celosa de la religión, prudente. Debían instruirlas en todo conocimiento religioso. Se reunían con ellas dos veces a la semana para discutir cuestiones bíblicas.
- Las correctoras del oficio divino: Corregían los errores de las monjas durante la oración y rezos.
- La enfermera: Cuidaba de las enfermas más graves. También prestaba especial atención a la priora y a la vicaria.
- Las obreras: Se encargaban de vigilar que cualquier obra realizada tanto por monjas como por oficiales, albañiles, carpinteros y peones para no infligir el voto de clausura.
- La provisora: Se encargaba de administrar y dar dinero a cada religiosa para que hiciera su comida diaria.
Como se puede notar, la jerarquía siempre fue importante para que la vida en el convento transcurriera con tranquilidad y siempre respetando las normas que la orden demandaba que se respetaran. Teniendo una idea más clara sobre esto, queda establecer algunas características históricas sobre la arquitectura del lugar.
3.2) Historia arquitectónica del convento.
El lugar en el que se encuentra el recinto, es un conjunto de casas que fueron compradas a Francisco de Aguilar y a Doña Leonor de Arriaga por un valor de 15,100 pesos. Ahí, en 1525 se empezó a erigir una iglesia cuya construcción fue terminada dos años después. El lugar permaneció así hasta que fue adquirido por Doña Marina de Zaldívar y Mendoza, quien mandó a construir el convento con claustro, dormitorio, refectorio, celdas y huerta. “Para ampliar el pequeño convento doméstico se compró la casa contigua de Ortíz, conocido como el músico.”[6] Mención especial hay que hacer de las celdas, pues era el principal lugar en el que las religiosas vivían. Al provenir de familias acomodadas, no era extraño ver que las monjas tenían consigo a sus criadas y esclavas en el mismo lugar en el que ellas residían. Dichos espacios fungían como pequeñas casas independientes que estaban dentro del convento; cada una con sus características propias. Octavio Paz nos ilustra al respecto:
(…) las monjas llevaban al convento a sus criadas y esclavas. La proporción entre unas y otras es reveladora; había tres criadas por cada monja. ¿Cómo se alojaba todo este mundo? Las celdas eran individuales y en ocasiones tan grandes que dentro de ellas podía albergarse holgadamente una familia entera. Las celdas se vendían y alquilaban. Los recientes trabajos de reconstrucción han revelado que la mayoría de las celdas eran de dos pisos. Tenían cocina, baño, estancia, además de una habitación para dormir.[7]
Abarcando el conjunto en su totalidad, el arqueólogo Ramón Carrasco Vargas calcula que el terreno contó en un inicio con 408 metros cuadrados. “La construcción estuvo integrada por el patio, un canal de desagüe y los restos de un árbol. Comunicado con el patio hay un corredor abierto de 55 metros de longitud. Al lado norte del corredor, se encontró una columnata de 9 tramos con reminiscencias góticas.”[8] De diez habitaciones, hay cuatro del lado occidental y seis del lado oriental.
Para el siglo XVII, la estructura se amplió hacia el occidente y hacia el sur. En la parte occidental, se hizo una crujía de 42 metros de largo; y otra de 27.5 metros hacia el sur. “Los corredores que dan acceso a las crujías limitan un patio de forma rectangular, cuyas dimensiones son: 38 x 46 metros aproximadamente.”[9]
Ya para el siglo XVIII, se aprovecharon todos los espacios disponibles, hubo una mejor distribución colectiva. Esto dio como resultado la proliferación de pequeñas viviendas alrededor de patios y corredores.
Para el siglo XVIII, este sector del enorme convento de las jerónimas estaba formado por dos patios, uno grande en el lado oeste y otro más pequeño al este. Dos corredores, uno al norte que comunica a los dos patios y otro al sur. Limitan a estos dos patios y los dos corredores, pequeños patios interiores que se encuentran asociados a unidades habitacionales.[10]
Como el lector podrá observar, el espacio que ocupa el ex convento de San Lorenzo, es de proporciones considerables. Este, en su tiempo fue de los conventos más demandados y poblados durante la época colonial, llegando a tener 54 novicias en el año de 1673. Si tomamos en cuenta el dato dado por Octavio Paz en la página 6, estamos hablando de una población de aproximadamente 200 habitantes en el año mencionado. Esto no es de extrañar, pues el principio rector de la orden jerónima es la justicia, lo cual hacía que las reglas y prácticas ahí existentes fueran de las más estrictas e inflexibles. Por esta razón, las religiosas y sus familias mostraban tanto interés en que el prospecto de novicia se enrolara en este convento, pues la rectitud aquí fomentada era el reflejo del camino sin desviaciones que se tenía que seguir para llegar a la gloria de Dios.
- El convento en los siglos XIX, XX y XXI.
La información que se tiene del convento durante el siglo XIX es casi nula. Es algo normal, pues la tensión política, social y económica que surge durante la lucha de independencia, la invasión norteamericana y la guerra de reforma, impedía que existiera cuidado de las pequeñas comunidades. Aunado a esto, la ley de desamortización del clero expedida por Benito Juárez, dejó sin otro remedio que la paulatina exclaustración a las monjas que ahí residían. “El 13 y 14 de febrero de 1861, se presentaron interventores del gobierno ante las puertas de los conventos para llevar a cabo la comisión. Esa noche, la vida cotidiana de las religiosas, se vio abruptamente terminada.”[11]
A mediados del siglo XX, la Secretaría de Obras Públicas hizo pozos en el área del convento sin propósito alguno, pero esto dio pie a que en la década de los 70, se empezaran los primeros trabajos de arqueología histórica.
Hacia finales del siglo XX, se fundó la Universidad del Claustro de Sor Juana, la cual sigue en función hasta el día de hoy. Ésta ha sabido rescatar y conservar los trabajos de restauración anteriormente hechos. Y ha dedicado parte del convento como sala de exposiciones y otra parte como lugar para eventos sociales.
[1] Alicia Bazarte Martínez, Enrique Tovar Esquivel y Martha A. Tronco Rosas, El convento jerónimo de San Lorenzo (1598-1867), Instituto Politécnico Nacional, México, 2001, pp. 10-14.
[2] Ibídem, p. 7.
[3] María del Carmen Reyna, El convento de San Jerónimo. Vida conventual y finanzas, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1990, p. 11.
[4] El dote era la cantidad inicial que era pedida a los familiares de los prospectos para ser aceptadas en el convento.
[5] El convento jerónimo de San Lorenzo… Óp. cit., p. 88.
[6] El convento de San Jerónimo…, Óp. cit., p. 10.
[7] Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, p. 170.
[8] Ramón Carrasco Vargas, Arqueología y arquitectura en el ex-convento de San Jerónimo, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1990, p. 37.
[9] Ibídem, p. 43.
[10] Ibídem, p. 49.
[11] El convento jerónimo de San Lorenzo… Óp. cit., p. 450.
- Bibliografía.
- Alicia Bazarte Martínez, Enrique Tovar Esquivel y Martha A. Tronco Rosas, El convento jerónimo de San Lorenzo (1598-1867), Instituto Politécnico Nacional, México, 2001.
- María del Carmen Reyna, El convento de San Jerónimo. Vida conventual y finanzas, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1990.
- Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Fondo de Cultura Económica, México, 1982.
- Ramón Carrasco Vargas, Arqueología y arquitectura en el ex-convento de San Jerónimo, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1990.
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