- Introducción.
¡Cuidado, lector! ¡No se confunda! A diferencia de lo que muchos piensan, en el ex convento de Sana Inés no vivió Sor Juana Inés de la Cruz; y no se nombró éste convento para conmemorar a la escritora mexicana. De hecho, éste lugar se fundó y nombró varios años antes del nacimiento de la poetisa.
Actualmente, éste recinto –convertido en museo y abierto al público- alberga la colección del fallecido artista José Luis Cuevas; pero, ¿en dónde está ubicado? Este lugar se encuentra en la esquina de la Calle Academia y Calle Moneda, en el corazón de la Ciudad de México, a tan sólo una cuadra atrás del Palacio Nacional y a dos cuadras del Zócalo capitalino. Éste, antes de haber sido dividido en lotes, contaba con una extensión de 9500 varas cuadradas.[1]
A continuación, abordaremos algunos de los hechos más sobresalientes con respecto a la historia de éste emblemático sitio.
- La fundación del ex convento de Sana Inés. Una obra caritativa.
El matrimonio conformado por Diego de Caballero y doña Inés de Velasco, era uno de los más acaudalados en la Nueva España. Ambos gozaban de este estatus por provenir de padres nobles. El padre de él, trabajó como factor de la Real Hacienda en las cajas de Durango y Zacatecas, importantes ciudades mineras, además de poseer numerosos ingenios azucareros. El padre de ella, era mayordomo de Hernán Cortés y participó en la conquista y en la expedición a las Californias y a Nochistlán.
Diego y doña Inés, al juntarse en matrimonio, recibieron como dote la encomienda de Igualapa, Ometepec y Cuchitlahuaca, las cuales les proporcionaban grandes cantidades de riqueza anualmente. Así, esta pareja, al no tener descendientes, decidió dar parte de su riqueza en limosnas para el convento de San Francisco; el cual solicitó la fundación de un monasterio en la misma casa en la que ellos vivían. Como podrá inferir, amigo lector, el ex convento de Sana Inés tuvo ese nombre por ser Doña Inés Velasco la habitante de la casa que posteriormente se convertiría en convento.
Por supuesto que para la fundación de un convento, se tenía que hacer todo un trámite burocrático para que el Vaticano expidiera la aprobación de la solicitud dada.
“El papa Clemente VIII emitió una bula aprobatoria el 1° de febrero de 1595; la dirigió al arzobispo de México y dispuso que estuviera dedicado a Sana Inés, virgen y mártir (por haber cedido su terreno de residencia); que fuera de estricta clausura y observara el suave yugo religioso de la orden de Santa Clara o de la Concepción”[2]
Finalmente, se decidió que Catalina de Santa Inés, por tener 40 años, sería la abadesa del nuevo convento. Ella provenía del Convento de Nuestra Señora de la Concepción; y por tal motivo, el ex convento de Sana Inés quedó bajo la jurisdicción de la orden concepcionista.
A pesar de la bula emitida por el papa en 1595, las obras de construcción empezaron hasta 1598. Al siguiente año, en 1599, Doña Inés cayó enferma de gravedad y para el 10 de diciembre, sus restos fueron exhumados en la entonces obra incompleta de Sana Inés.
Para el año 1600, Diego de Caballero, viudo de doña Inés, pidió que el Deán le permitiese sacar del convento de la Concepción a monjas que habitaran el Convento de Santa Inés; éste aceptó. Y se quedó estipulado que el patronato nombraría a 33 capellanas que fueran a habitar el convento; y este quedaría conformado por: Una abadesa, una definidora, una tornera y una portera. “Todas tendrían que ser doncellas, españolas, huérfanas e ingresarían sin dote.”[3]
Nótese que, a diferencia de otros conventos –como el de Regina Coeli o San Jerónimo- el convento de Santa Inés no pedía dote de aceptación (Coeli y San Jerónimo pedían 3000 y 4000 pesos para que las beatas fueran aceptadas) y sólo aceptaba a españolas pobres (caso contario en los otros dos conventos, cuyas novicias provenían de familias acomodadas).
Así pues, el monasterio fue fundado el 17 de septiembre de 1600.
Podría decirse que las novicias ahí enclaustradas, tuvieron un mejor y más firme acercamiento con la sociedad; pues ellas, al provenir de un ambiente no ostentoso, sabían cuáles eran las dificultades reales de una sociedad que continuaba en transición tras haber sufrido el golpe de la conquista, que interrumpió e introdujo de manera abrupta una nueva organización social. La religión, en aquella época, fue el consuelo también de muchas personas que vinieron al Nuevo Mundo en busca de riquezas y oportunidades, y no encontraron más que miseria. Y justo ahí entraba la función de las beatas de Santa Inés, en dar consuelo, alivio y promover la palabra de Dios.
- Arquitectura del convento.
Quizá, la parte más importante de este lugar por su belleza estética sea su coro. Éste está elaborado de cantera. Su arco es sumamente rebajado, casi plano y arriba de éste, hay un relieve de San Agustín. “La cratícula y la puerta de acceso fueron del as más solemnes de la Nueva España, tanto por su tamaño como por sus marcos y esculturas de piedra.”[4] En la puerta de acceso también hay relieves de San Diego de Alcalá, San Antonio y San Francisco, los cuales aún tienen restos de policromía.
Las obras tanto en iglesia como en convento estuvieron a cargo del arquitecto Alonso Martínez López. En 1612 se trabajó con el techado de la iglesia; sin embargo, lo que se llevaba construido, sufrió grandes daños por la inundación de 1629.
De esta forma, para 1662 se tuvieron que hacer reparaciones en los pasillos del convento, en el púlpito y en el altar mayor debido a las filtraciones de agua que solía haber.
Para 1693, un incendio arrasó con el convento y parte de la catedral, el cual dejó endeble el monasterio, el cual recibió reparaciones hasta un siglo después.
Para 1710, se terminó de construir la torre, la cual fue adornada por un carpintero. Se considera que era de las más bellas de aquella época, aunque no sobrevivió debido a problemas con su construcción.
Al parecer, el agua siempre estuvo haciendo estragos en el convento, de tal suerte que en 1871, el artesanado estaba podrido y sumamente cuarteado, así como la torre. “Su torre poseía la torre más esbelta y airosa de la ciudad, y que sólo la gran inventiva de un arquitecto para su construcción, pudo hacer desaparecer en pocos momentos.”[5]
Las correcciones a estos problemas se acabaron el 20 de enero de 1790, aumentándole dos puertas talladas con figuras, únicas del arte novohispano.
A pesar de los problemas económicos traídos por la guerra de independencia, empezada en 1810 y acabada en 1821, en 1826 se estrenó un nuevo retablo mayor.
- El recinto en el siglo XIX y XX.
Cuando la ley de desamortización de los bienes del clero fue aplicada al convento de Santa Inés, aún quedaban 17 religiosas viviendo ahí junto con criadas y seglares. En su hora de necesidad, fueron llevadas a Santa Teresa la Nueva en donde permanecieron dos años. “La torre de Santa Inés fue demolida al mes siguiente de la salida de las religiosas, en marzo de 1861, por considerarse un peligro para la seguridad del Palacio Nacional”[6]
Después, el recinto fue dividido en lotes y vendido. Hasta 1990 se utilizó como almacén de una empresa que guardaba jirones de telas hasta que se propuso ser restaurado y remodelado para crear ahí el Museo José Luis Cuevas, el cual abrió sus puertas en 1992.
- El museo José Luis Cuevas. Un merecido rescate.
Aunque el inmueble ha sufrido varios cambios a lo largo de los siglos, el museo que ahora lo resguarda ha tenido a bien llevar a cabo la restauración y conservación de éste patrimonio arquitectónico. “No bastaba con rescatar el edificio. Era necesario crear nuevos mecanismo de cooperación, pública y privada, en apoyo a la cultura; concebir la museografía, ordenar las colecciones, organizar las salas, equipar y crear los talleres, para que pudiera abrirse al público el Museo José Luis Cuevas.”[7]
El lugar, al estar ubicado en las inmediaciones de los barrios populares de la Ciudad de México, ha permitido que las personas que ahí trabajan o habitan, adquirieran –y lo sigan haciendo- un acercamiento con la cultura que rara vez se da bajo otro contexto. El museo ha realizado, pues, la tarea de fungir como un centro de educación para abrir al espectador una puerta hacia el arte contemporáneo mexicano; pero al mismo tiempo, ha logrado despertar la curiosidad por el pasado novohispano al hacer una excelente conjunción entre el arte moderno (representado por Cuevas) y el arte de la época colonial (representado por su arquitectura.
También veo a José Luis mostrándome en el barrio de San Miguel, lugar que lo vio nacer, el Callejón del Triunfo,, las vecindades, ,los prostíbulos, la pobreza, los personajes de aquel mundo alucinante que encarnaron más tarde en sus dibujos. Este lugar, estos palacios, estas iglesias, estas ruinas precolombinas que nos rodean son la memoria viva de la historia de nuestro país. [8]
[1] Una vara equivale a 83.5 cm.
[2] Ma. Concepción Amerlinck de Corsi, Conventos de Monjas. Fundaciones en el México Virreinal, Grupo Condumex, México, 1995, p. 90
[3] Ibídem, p. 92
[4] Francisco de la Masa, Arquitectura de los coros de monjas en México, UNAM, México, 1973, p. 34
[5] Antonio García Cubas, El libro de mis recuerdos: narraciones históricas, anecdóticas y de costumbres mexicanas anteriores al actual estado social. Parte I, Imprenta Arturo García Cubas. Hermanos Sucesores, México, 1904, pp. 25-26.
[6] Ma. Concepción Amerlinck de Corsi, óp. cit., p. 94
[7] Manuel Camacho Solís, Museo José Luis Cuevas, SEP, DDF, CFE, SERFIN, México, 1992, p. 1
[8] Ibídem, Bertha Riestra de Cuevas, p. 225.
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