Reflejando poéticamente un aspecto clave del amor – su eternidad, por no tener ni principio ni fin – las alianzas suponen una elección que pueden tornarse complicada en vista de las muchas innovaciones que se han sumado a las opciones clásicas. Sin embargo, hay que reconocerlo, lo clásico tiene su encanto: siempre es apropiado y nunca pasa de moda.
En el caso de los anillos de boda, lo clásico prescinde de elementos distrayentes, resaltando así el significado simbólico que cargan. Nos referimos a las alianzas lisas. Sus variantes incluyen diferentes grosores – los hay delgados y también anchos – aunque en esto cabe destacar que no sólo se decidirá en virtud del gusto de la pareja, sino también de su presupuesto. Algunos optan por darle un pequeño detalle a la de la novia: una pequeña incrustación de brillante en el centro – ideal para dar un toque de distinción si alejarse de lo clásico.
Con respecto al material, mencionamos el oro amarillo como el más típico de todos, aunque obviamente también hay leves variantes, fruto de aleaciones. Por ejemplo, mientras el oro amarillo de por sí se compone de 750 g de oro, 125 g de plata y 125 g de cobre por cada 1000 gramos, el oro rojo posee 750 g de oro y 250 g de cobre por cada 1000 gramos. También tenemos el oro blanco, que contiene 750 g de oro, 160 g de paladio – un metal del grupo del platino -y 90 g de plata. Por último, el sobrio platino, que constituye un clásico un tanto menos convencional – en parte por su elevado coste. Así que en lo que respecta a la elección del material, esta también dependerá del gusto personal de los novios, junto con su presupuesto.
Sin embargo, nada como una alianza de oro lisa y de grosor medio para expresar el amor eterno del modo más clásico y puro. Las variantes mencionadas obviamente permiten dar un toque particular según el gusto y las posibilidades de los novios; pero sin dudas cuando pensamos en “el” anillo de bodas, lo primero que se nos viene a la mente es esta clásica opción.